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sábado, 25 de octubre de 2008

El violador y la puta negra


Ella pasaba las noches en los alrededores de Molino de Viento, sin papeles, sin seguridad social, sin horarios, con unos preservativos y un pintalabios como único equipaje.
Ella comenzaba a trabajar cuando se escondía el sol, al oscuro de la noche, cuando todos los gatos son pardos y los hombres respetables se convierten en puteros que buscan los servicios de mujeres que no son consideradas respetables. Ella era una puta negra en la acera de la calle.


El putero paró su Opel Corsa en la esquina y le preguntó el precio por los servicios sexuales, ella le respondió con su sonrisa bañada de carmín, el hombre aceptó el trato y recogió a la muchacha africana y la llevó al monumento al Atlante, en la salida norte de Gran Canaria.

Allí consumó los servicios sexuales prometiéndole que le pagaría al final, o quizá no le prometió nada y simplemente la amenazó con un cuchillo o un destornillador. Lo cierto es que no quiso pagarle, la insultó y decidió dejarla tirada en el descampado.

Pero ella fue más lista que él, y en medio del forcejeo cogió las llaves del coche y salió corriendo. Ella fue a la comisaría, sabía que una mujer africana sin papeles que vivía sin horarios tenía mucho que perder entrando en la comisaría para denunciar a un violador.

Pero ella prefirió no renunciar a su dignidad, a la dignidad de una mujer que tiene dignidad aunque no se la vean. Por eso entró en la comisaría y le dijo a los policías: quiero denunciar a un hombre que me violó, estas son las llaves de su coche.

Y después la policía y el juez Tomás Martín hicieron bien su trabajo.

Según contaba ayer Pedro Guerra en La Provincia, el juez mandó las llaves a Alemania, allí identificaron los bastidores del coche, y a partir de ahí localizaron el vehículo, a su dueño y siguieron los pasos del violador. La policía descubrió que el violador tenía también una furgoneta blanca que había dejado de usar hacía un año.

El hombre de la furgoneta blanca ya no era el hombre la furgoneta blanca. El amarillismo mediático había llenado las páginas de los periódicos y los seudoinformativos de televisión de hombres de furgonetas blancas que recorrían todos los rincones de la isla secuestrando niños.

Al calor de ese ambiente mediático unos irresponsables parlamentarios llegaron a proponer una comisión de investigación que en realidad era una numerito preelectoral.

Esas informaciones perjudicaron la investigación policial y ayudaron al violador a tomar medidas para su seguridad, por eso aquella noche el hombre salió con un Opel Corsa. Esa noche prefirió no arriesgarse tanto, así que no acudió a las zonas de copas habituales para engañar a una mujer, meterla en su coche, amenazarla y agredirla sexualmente. Prefirió coger un camino que pensaba que era más fácil, abusar de una prostituta negra le daría menos problemas. Quién lo iba a decir.

El hombre de la furgoneta blanca fue detenido gracias a una mujer, inmigrante africana y prostituta, tres características que siempre suman puntos para sufrir marginación social. Aunque le joda a los racistas, debe saberse que gracias a una mujer africana la policía localizó al violador más denunciado y buscado de los últimos años.

La colaboración ciudadana llegó de una mujer a la que las leyes no le dejaron ser ciudadana. Las otras víctimas de este energúmeno que quieran dar las gracias a esta mujer sepan que quizá es demasiado tarde. Quizá sobre la muchachita también cayó todo el peso de la ley.

Quizá después de sufrir los abusos del hombre blanco y de ofrecer sus servicios sexuales a tantos puteros de la noche, quizá llegó la ley de Extranjería, el centro de retención, el avión y el aterrizaje forzoso en su país de origen. A lo mejor la muchachita está de nuevo en su pueblo y tal vez le ha confesado a alguna amiga cómo se las gastan algunos hombres blancos en el Paraíso europeo.

Tal vez le ha recomendado a alguna vecina que no arriesgue su vida para viajar al Paraíso, porque detrás del Edén que cuenta la televisión se esconde un infierno lleno de explotadores, chulos y puteros. Regresó la muchacha a casa sin fortuna, ligera de equipaje, perdió todo el dinero que había ahorrado para viajar al Paraíso. Lo que nadie ha podido arrebatarle todavía es su inmensa dignidad.


Juan García Luján

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