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jueves, 1 de noviembre de 2007

Sonidos altamente inflamables.

















El sexo tiene su particular banda sonora. Hay personas silenciosas y otras que, si las circunstancias y los vecinos lo permiten, pueden emular a Wagner sacando de sus pulmones una monumental orquestación de gritos y aullidos. El ruido del roce de los cuerpos, la ternura susurrada, los deliciosos gemidos, las risas, los alaridos enloquecidos y la respiración agitada forman parte de este arsenal sonoro altamente inflamable.

Durante las batallas cuerpo a cuerpo, el sentido del oído es muy importante, e incluso puede ser definitivo.

Los sonidos son muy poderosos en la cama. Aumentan la excitación. De hecho, hay hombres que intentan hacer oídos sordos a estos estímulos para no perder el control. El silencio crea un mar de incertidumbres en la pareja.
Sin embargo, las palabras tienen un doble filo. En medio del fragor de la batalla, sólo los eruditos pueden articular una sentencia coherente con más de cuatro palabras. Es el momento de los gritos, los monosílabos y las onomatopeyas, y más vale que así sea, porque una frase como: «cariño, procura no llenar de babas la almohada que luego sueño con el Titanic», o la más frecuente, «¡ays, no es día 20 y ya estamos en números rojos!», puede espantar la líbido del más pintado. Aunque más traumático puede ser que a nuestra pareja, en pleno ataque de lujuria, le dé por pronunciar el nombre de una persona ajena al trajín.
Y es que nuestro principal órgano sexual es el cerebro y ser inmune a una voz tenue que acaricie tus oídos con un «te deseo» es casi imposible. Eso lo saben bien los avispados creadores de los sugerentes, excitantes y lucrativos teléfonos rojos o hot-lines.

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